PERFIL

¿Para dónde va Hugo Ospina con los miles de taxistas que marchan detrás de él?

El líder del gremio "amarillo" es objeto de odios y amores. Pero su capacidad de movilizar es indiscutible. Semana.com lo acompañó durante las manifestaciones de este miércoles para sopesar su verdadero poder.

Jaime Flórez
10 de mayo de 2017
| Foto: Cristian Leguizamón

Para llegar a la casa de Hugo Ospina, el líder más visible de los taxistas , casi fue necesario pedir un vehículo por Uber, precisamente el día en que el gremio de los amarillos se manifestaba por la regulación de esa plataforma, a la que le achacan los bajas ganancias del negocio en los últimos meses. En la imagen difundida de Ospina, él es un tipo millonario, dueño de miles de taxis. Pero no lo es. Su vivienda queda en el sur de Bogotá, en una casa sencilla de tres pisos con un escudo de Millonarios pintado en el andén, en donde él tiene arrendada la última planta que habita con dos de sus hijos y su esposa Doris.

A las 6 en punto sale Ospina. Es pequeño, lleva zapatos rojos y un prendedor de una paloma blanca, como el que usa el presidente Santos, sobre un chaleco celeste. En su foto de Whatsapp aparece junto al mandatario, al mismo que le suelta elogios a la vez que lo tiene demandado en tribunales, junto a varios de sus funcionarios, superintendentes y ministros incluidos, por lo que Ospina califica como la inacción del Estado para regular Uber. Entonces cuál es su fijación con el mandatario. La respuesta, dice, es la paz. El único oficio distinto al de taxista que ha ejercido en su vida es el de soldado, en San Vicente del Caguán en los ochentas. Allá vio morir a un compañero y dice que por eso apoya el proceso.

Ospina avanza dos cuadras hasta la primera panadería que abre la puerta en el barrio. Al frente hay cuatro taxis parqueados. Les inquiere a los conductores: por qué no están manifestándose si las concentraciones estaban programadas en cinco puntos de la ciudad desde las cinco de la mañana. Los conductores se dirigen a él con respeto, le explican que tienen pico y placa y lo invitan a tomar tinto. Un tinto que no alcanza a a probar cuando empieza la tormenta de llamadas desde distintas ciudades del país. Lo buscan las cadenas radiales para que explique las razones y las cicunstancias de un paro que, a esa hora, tiene en vilo a Bogotá y a un par de capitales por los eventuales bloqueos de vías que puedan presentarse. Atiende una tras otra y cuando tiene un respiro, revisa su Whatsapp. A las 6:30 de la mañana, Hugo Ospina tiene mensajes sin revisar en 82 chats.

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El hombre más solicitado del país en esta mañana avanza tranquilo hasta el taller donde parquea su taxi. Un modelo "zapatico", como le dicen a los vehículos pequeños que desbordan las calles. Ospina niega que, como se rumora, tenga los cientos de taxis que le achacan. Solo posee dos y no los ha terminado de pagar, y no los conduce desde hace 18 meses, cuando se metió de cabeza en la pelea por la regulación de Uber. En uno de esos vehículos, perfumado con ambientador, arranca hasta las inmediaciones del Estadio de Techo, uno de los puntos de concentración.

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Hugo Ospina no es un gran propietario de taxis y apenas hasta el 2010 pudo validar su bachillerato, aunque todavía tiene graves faltas ortográficas que le echan en cara cada vez que entra en una discusión por Twitter. Entonces, para explicar cómo pudo convertirse en el líder de los taxistas del país, apela a sus antepasados.

Ospina dice ser bisnieto de Rafael Uribe Uribe, un militar de cien batallas que lideró a los ejércitos liberales durante la Guerra de los Mil Días, cuando apenas despuntaba el siglo XX. El general, dice Ospina, tuvo un hijo con una de sus empleadas domésticas y por esa línea de sangre vienen sus ancestros maternos. Entonces, quiere explicar, lleva el liderazgo en su ADN.

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Ospina conduce con suavidad mientras cuenta que le dicen "Piraña" porque suele ser el más rápido para tomar las carreras que tira la operadora por la frecuencia de su radio. Dice que en toda una vida de taxista conoce cada hueco y cada rincón de la ciudad. Y para probarlo pide una dirección cualquiera. ¿Usted dónde vive?, pregunta. Y da el nombre del barrio exacto al que corresponde la dirección. En esas demostraciones transcurre el trayecto hasta que llega a Techo. Allí, las dimensiones de su popularidad se revelan.

Cien taxis están apostados sobre la vía. Hay revuelo entre los manifestantes que discuten con tres policías. Uno de los taxistas solicitó un servicio por Uber y cuando el carro particular quiso recogerlo, los conductores lo inmovilizaron y llamaron a la Policía para que se hiciera cargo. Pero los agentes no pueden hacer nada, explican, porque el usuario nunca abordó el carro y, de cierta forma, no se concretó el servicio irregular. Están en esas discusiones cuando aparece Ospina, y la avalancha de taxistas se lanza sobre él, como si fuera el depositario de todas las respuestas y él, de alguna manera, también lo cree.

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Se baja del carro y discute con una sargento que, al final, impone sus argumentos. Ospina calma a la turba y les recuerda que van a movilizarse sin violencia. Entonces, se vuelve a montar en su taxi y empieza la demostración de su fama. Avanza paralelo a la larga fila de carros y conductores. Todos quieren saludarlo, todos lo llaman por su nombre, algunos le ofrecen tinto y pan, como si fuera un privilegio que les recibiera comida y él, sin bajarse del vehículo, los llama por sus apodos, los felicita por el acompañamiento y reparte sonrisas.

Alrededor de su vehículo se forma una especie de calle de honor. Ospina avanza mientras estallan las cornetas, los gritos y los aplausos. Muchos lo graban y mandan mensajes por Whatsapp anunciando a los otros puntos de concentración que el líder acaba de unirse a la marcha. Es una estrella entre los taxistas. De los cincuenta mil que hay en la ciudad, es improbable que más del 10% no lo conozcan. En otras ciudades, cuenta, causa reacciones parecidas.

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Ospina rebusca entre sus anécdotas dos historias para explicar, muy a su manera, cómo pasó de ser un taxista más a convertirse en el líder del gremio. En una noche de 1993 conducía su Chevette modelo 83 cuando lo pararon siete hombres para que les hiciera una carrera. Se alcanzaron a subir pero él, asegura, nunca puso en marcha el motor. Les dijo que no podía llevar a tantos. Discutieron y finalmente se bajaron. En esas pasó un policía que le puso un comparendo por sobrecupo. Ospina intentó explicarle sin éxito la situación. Luego buscó ayuda entre colegas pero no la encontró. Terminó pagando el parte. Se dio cuenta que los taxistas estaban desprotegidos.

Por esos mismos días condujo a toda velocidad a una ancina que sufría un infarto hasta la Clínica Shaio. Cuando los médicos la salvaron, le explicaron a la familia de la paciente que si hubiera llegado un par de minutos después, habría muerto. Esa señora era la madre de Marcos Valderrama, abogado y funcionario de la Personería que, a raíz del suceso, se volvió amigo de Ospina y le enseñó nociones básicas de derecho, entre esas, cómo hacer un derecho de petición.

Ese par de anécdotas lo despertaron, cuenta. En adelante, se convirtió en un líder, al menos de su frecuencia. Cada vez que escuchaba del robo o el asesinato de una taxista, cogía el radio y convocaba a sus compañeros para bloquear vías. Dice que era la única forma para que las autoridades los escucharan y defendieran. Pero su visibilidad se afianzó en 2008, cuando lideró un paro de taxistas en contra de los carros "piratas". Fue una época en la que, en medio de las protestas, fue apresado cuatro veces.

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A las 8 de la mañana, Hugo Ospina, a pie, se pone al frente de la marcha que va rumbo a la Plaza de Bolívar. Detrás de él, alrededor de 200 personas y, detrás de ellas, un número similar de taxis en caravana avanzan sobre dos carriles de la avenida Las Américas. El líder camina escoltado por cinco hombres con camisetas blancas y logos del sindicato de taxistas. Por la cantidad de diálogos cortos que sostiene da la impresión de que intercambia al menos unas cuantas palabras con cada uno de los manifestantes que la Secretaría de Movilidad calculó, en toda la ciudad, en 2.500. Algunos se toman selfies con él.

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También como escolta avanza una policía. Lo sigue a cada paso y cuando alguno de los manifestantes intenta parar un taxi que no se sumó al paro o a un vehículo de placas blancas, le pide a Ospina que los controle. Él corre hacia la situación y con un breve llamado a la calma impone el orden. Ospina está acostumbrado a la presencia de la Policía, a diario los ve merodear por su casa, pues ha sido amenazado de muerte y ha tenido esquema de seguridad.

En esa dinámica avanza la marcha, al paso que impone Ospina. Atiende medios de comunicación, llamadas, mensajes. Se nota que disfruta tanta atención. A las 11:30 tiene 540 mensajes sin responder en 171 chats de Whatsapp. Hacia el mediodía llegan a la Plaza de Bolívar, donde se concentran los manifestantes de los cinco puntos, y donde Ospina toma el micrófono y suelta un discurso en medio de aplausos.

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¿Usted tiene intención de lanzarse como candidato a algún cargo de elección popular? Ospina responde como político: "por ahora no". Dice que le da miedo llegar al Congreso, por ejemplo, y ser una minoría que no logre cambios esenciales para su gremio, y termine por decepcionar a sus colegas. También asegura que no tiene dinero para hacer campaña. Y cuando lo dice, un taxista, detrás de suyo, grita entre el tumulto que si cada conductor pone mil pesos, sobraría la plata.

Otra cosa piensa Eduardo Hernández, dueño de Taxis Libres, una de las empresas más grandes del sector, quien fue senador entre 2002 y 2006 luego de, precisamente, lograr visibilidad política durante un paro de taxistas. "Todos dicen que no quieren ser candidatos hasta el día que se cierran las inscripciones", asegura. Luego agrega: "Hugo ha cambiado, antes era intransigente, pero ha aprendido, ahora estudia, investiga. Aunque una cosa son los movimientos sociales y otra la política electoral".

Afuera del gremio, sobre todo entre usuarios, hay quienes acusan a Ospina de promover la violencia contra los conductores de Uber, o de ser poco reflexivo sobre las culpas de los taxistas en su propia crisis. Pero más allá de las opinioes a favor y en contra, es claro que es el hombre capaz de mover a un gremio que puede paralizar el país.

¿Para dónde va Hugo Ospina con los miles de taxistas que marchan detrás de él?